No quiero hacer daño a nadie, solo quiero saber por que las ideas tristes no tienen cabida en la cabeza de un mentiroso. Acaso ya nadie sabe mentir con dignidad.
En mi cabeza de mentiroso solo resonaba una idea tan clara como una jodida mañana de verano. Desaparecer. El deseo de escapar de esa jaula de huesos era mayor que la de volar por encima de los tejados y mayor aun que la de bajar escaleras de peldaños gigantes cuyo final eran los labios dulces de una mujer.
Puedo contar hasta tres, puedo contar hasta cien, puedo cerrar grietas con mis manos y sentarme a esperar que pase el tiempo, puedo escalar esa colina con pies descalzos y sonreír desde lo alto a al multitud, puedo abrirme camino entre la pesada y melancólica arena del desierto y cantar a los pies de una fuente de mármol blanco. Pero hoy no haré nada de eso. Hoy voy a abrir la puerta, la abriré despacio como se abren las puertas de verdad. Sin prisa, sin piedad, sin desvelar secretos, sin confesar mentiras. La voy a abrir y voy a cortar fantasmas por mitades para repartirlos entre los niños que ya no temen nada. Se que la verdad dolerá, mas aun se que la mentira va a destruir. Pocas cosas conmueven el alma de un moribundo; ni la guadaña mas afilada portada por un ser sacado de una novela Lovecraft podría perturbarlo.
Ya no habito en la torre más alta de la más alta cumbre de las tierras altas. Hace tiempo llame a una puerta y una mentira me atravesó el corazón. Ahora cuando llamo me lo guardo en una caja y mi torre de ladrillos de aire es más nada que algo y no por ello dejo de sonreír cuando me cruzo con la mirada perdida de quien sabe doler y de quien sabe abrir y destruir en silencio.
Por fin la puerta se abre, y no soy yo el que ha llamado. Mis manos son de barro, mis ojos son piedras oscuras como el ébano, mi alma se ha marchado de viaje a algún país exótico del sureste asiático y la memoria se ha disuelto como un vaso de agua en un océano. Apenas percibo ningún olor, apenas el aire que envuelve la habitación de paredes ocres, apenas nada.
De las piedras fluye el llanto mendaz de un niño, del barro nacen caricias frías, húmedas, sin compasión, sin latidos de fondo. Mi alma sigue de gira turística por Asia, tomando langosta y champagne francés y mi memoria vaga sin rumbo con un billete de ida a ninguna parte por las aguas de cualquier sitio donde haya agua. Todo es una jodida farsa
Mi mentira no es más grande que mi daga, pero su filo atraviesa cosas que nadie atravesó antes y abre jaulas en las que habitan seres mitológicos dispuestos a comer cosas que ya nadie come
Ahora después de nada, ya no quiero torres altas, ni dagas, ni mentiras, ni barro húmedo, ni piedras envueltas en llanto, ni labios de mujer sobrevolando los tejados de las casas...
Quizás me vaya con mi alma a algún país exótico.
En mi cabeza de mentiroso solo resonaba una idea tan clara como una jodida mañana de verano. Desaparecer. El deseo de escapar de esa jaula de huesos era mayor que la de volar por encima de los tejados y mayor aun que la de bajar escaleras de peldaños gigantes cuyo final eran los labios dulces de una mujer.
Puedo contar hasta tres, puedo contar hasta cien, puedo cerrar grietas con mis manos y sentarme a esperar que pase el tiempo, puedo escalar esa colina con pies descalzos y sonreír desde lo alto a al multitud, puedo abrirme camino entre la pesada y melancólica arena del desierto y cantar a los pies de una fuente de mármol blanco. Pero hoy no haré nada de eso. Hoy voy a abrir la puerta, la abriré despacio como se abren las puertas de verdad. Sin prisa, sin piedad, sin desvelar secretos, sin confesar mentiras. La voy a abrir y voy a cortar fantasmas por mitades para repartirlos entre los niños que ya no temen nada. Se que la verdad dolerá, mas aun se que la mentira va a destruir. Pocas cosas conmueven el alma de un moribundo; ni la guadaña mas afilada portada por un ser sacado de una novela Lovecraft podría perturbarlo.
Ya no habito en la torre más alta de la más alta cumbre de las tierras altas. Hace tiempo llame a una puerta y una mentira me atravesó el corazón. Ahora cuando llamo me lo guardo en una caja y mi torre de ladrillos de aire es más nada que algo y no por ello dejo de sonreír cuando me cruzo con la mirada perdida de quien sabe doler y de quien sabe abrir y destruir en silencio.
Por fin la puerta se abre, y no soy yo el que ha llamado. Mis manos son de barro, mis ojos son piedras oscuras como el ébano, mi alma se ha marchado de viaje a algún país exótico del sureste asiático y la memoria se ha disuelto como un vaso de agua en un océano. Apenas percibo ningún olor, apenas el aire que envuelve la habitación de paredes ocres, apenas nada.
De las piedras fluye el llanto mendaz de un niño, del barro nacen caricias frías, húmedas, sin compasión, sin latidos de fondo. Mi alma sigue de gira turística por Asia, tomando langosta y champagne francés y mi memoria vaga sin rumbo con un billete de ida a ninguna parte por las aguas de cualquier sitio donde haya agua. Todo es una jodida farsa
Mi mentira no es más grande que mi daga, pero su filo atraviesa cosas que nadie atravesó antes y abre jaulas en las que habitan seres mitológicos dispuestos a comer cosas que ya nadie come
Ahora después de nada, ya no quiero torres altas, ni dagas, ni mentiras, ni barro húmedo, ni piedras envueltas en llanto, ni labios de mujer sobrevolando los tejados de las casas...
Quizás me vaya con mi alma a algún país exótico.
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