...una parada en mis sueños...

jueves, 22 de marzo de 2007

Viajes extraños

Ayer tenía ganas de viajar. Da igual la forma en que lo hagas. En todos los viajes hay sorpresas y las sorpresas son siempre bienvenidas aunque no sean buenas, aunque tengan la forma del pico de una plancha, siempre parecen otra cosa si van envueltas con ese papel brillante que hace ruido y con un bonito lazo rojo.
Conocí a un extraño personaje de ojos grandes que jamás había salido de su casa, nunca había visto una montaña cubierta de nieve, ni una ola rompiendo en la orilla de una playa. No había acariciado la piel joven de una mujer, ni había despertado a los pies de un árbol. No era ni alto ni bajo, de mediana edad y peso medio; caminaba por en medio de las habitaciones de su casa y casi siempre se quedaba a medias en todo. Cualquiera lo tacharía de mediocre.
Antes de partir a cualquier lugar siempre recuerdo sus ojos y te aseguro que no son más tristes que los tuyos.
Monté por segunda vez en aquel insólito elevador, y decidí subir hasta donde nadie había subido antes. Cuando montas en un artefacto creado por las imperfectas manos del hombre, siempre has de tener la certeza de que quizás no salgas vivo de allí. Lo se yo, los sabían los tripulantes del aquel cohete espacial reconvertido en el fuego artificial mas caro de la historia; lo sabia el muchacho de aquella moto tan azul como los ojos de la chica a la que amaba. Lo sabia el y ella; y tu también lo sabes. Si me pasa algo subiendo, renegaré de mi ángel de la guarda, participare en orgías con dioses de la antigüedad y probare todas las drogas que tomen en el paraíso. O en el infierno claro. Voy a vagar exánime de una galaxia a otra. ¿A quien coño le importa que tenga pulso?
Me he adentrado de lleno en la carrera espacial contra rusos y americanos con un ascensor de metal, plástico y conglomerado fabricado a piezas, unas de aquí y otras hechas en Checoslovaquia, aunque probablemente lo habrán montado en Taiwán. La cabina es tan bonita como un vago recuerdo de un pasado tenue, ya casi olvidado por el peso del paso del tiempo. Botones estándar, del primero al último y paredes de espejo, de esas en las que en ambos cristales, enfrentados uno al otro, se refleja el reflejo del otro creando ese infinito reflejar de reflejos. ¿Entendéis?
Voy a partir de cero, sin plataformas de lanzamiento, sin ridículos trajes blancos, sin avisos por radio, ni comida envasada al vació. Por un momento me pregunto si el teléfono de mi casa está pinchado por la CIA o si mañana un tipo llamado Vladimir seguirá a mi padre cuando vaya al supermercado. Seguramente no. No más bombas H. La guerra fría mutó en montañas de papeles en llamas, palmeras a pie de playa, sabrosos cócteles y estúpidas mentiras que viajan deprisa de una punta a otra del planeta.
Ahora ya no hay vuelta atrás. Subiré al eterno espacial montado en mi caja conglomerada; me tomaré una cerveza con James Dean mientras damos una vuelta en su veloz coche plateado. Después hablaré un buen rato con Chaplin mientras robamos monedas de una fuente repleta de sueños; le pediré a Lennon que toque “jealous guy” con su vieja guitarra y suplicaré a Marilyn que me desvele tres o cuatro cosas que poca gente sepa, no sin antes dedicarme un bonito cumpleaños feliz con esa infeliz y profunda mirada.
¿Os dais cuenta?, parpadeas durante una fracción de segundo y las cosas ya no parecen estar en el mismo lugar en el que estaban antes.
A mi me acaba de pasar

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