Hoy me he levantado temprano y con la misma extraña sensación de vació que descansa sobre mi cama desde hace unos días.
Es sábado y me he levantado temprano para variar el rumbo del fin de semana. Lo sábados son días buenos para dormir, para descansar las horas perdidas durante la semana, pero también lo son para despertarse pronto y salir a la calle a pasear o hacer huevo como decía el boludito, o para hacer lo que sea. Me gusta esa sensación al despertar, de saberte poseedor de todas las horas del día para poder dedicarlas a lo que quieras.
Lo primero que pienso, es en poner banda sonora a las diez y media de la mañana de un sábado de septiembre. La música mueve al mundo, así que por qué no va a poder conmigo. Tras alguna duda que otra, me quedo con Moby. Pongo el Play, le doy al play y sigo con mis cosas poco a poco.
He decidido despojarme de golpe de esta apatía que arrastro desde hacer unos días, e intentar maquillar el fin de semana haciendo cosas que al menos haga mejorar algo mi estado de ánimo. Supongo que poner un pie en la calle es el primer paso, así que tras un fugaz paso por debajo del agua tibia de la ducha, tomo la acertada decisión de desayunar fuera. Delante de mi casa hay una pequeña terraza donde poder tomar café y comer algo. Quizá no sea el mejor sitio para librarme de ese manto mohíno que ejerce de sombra fiel sobre mis pasos. No hace mucho estuve allí disfrutando de un bonito desayuno…
Bueno, veamos que me pongo…pantalón corto, ¿Cuál?..bah, cualquiera. Camiseta ¿Cuál ponerme?, bueno, esta misma, ciertamente no importa demasiado; mis viejas esparteñas azules agujereadas y listo.
En el portal, antes de salir a la calle y sorprenderme con la agradable temperatura que reina en la petit ciudad, pese a estar consumiéndose los últimos días de septiembre, me cruzo con la habitual mirada de desden de la portera de mi casa; la misma mirada con la que me observa cada vez que subo o bajo. Pienso que piensa que soy una especie de bicho raro. Yo pienso lo mismo de ella, pero me cae bien y no me importa mucho.
Camino despacio, no tengo prisa por nada ni por nadie, así que camino despacio. Antes de sentarme en una de las mesas de la terraza del barcito que esta delante de mí casa, me acerco al kiosco de la esquina a comprar la prensa. Se puede percibir esa rural tranquilidad de la mañana en mi calle, y por un momento me siento afortunado de poder disfrutar de esa sensación a apenas unos metros de mi casa.
El periódico es como una sucesión de hechos catastróficos encadenados en hojas de papel reciclable. Si las cosas no van bien, no hay mejor consuelo que leer la prensa. El mundo siempre parece estar más jodido que tu verdadero mundo; siempre desangrándose poco a poco, siempre alimentado por guerras, muchas de ellas aparentemente gratuitas, otras provocadas por el odio entre culturas, religiones, creencias o en el peor de los casos por cuestiones económicas o por un pedacito de tierra. Si hay una premisa apreciable del sistema económico que reina en este planeta es que la riqueza siempre acaba degenerando en avaricia descontrolada e inversiones salvajes en sistemas armamentísticos. Y desde ese punto sin retorno nace todo lo demás, y todo lo demás siempre es malo. Las primeras treinta paginas de un periódico solo contienen la devastación que agita al mundo. Después nos olvidamos de terror inicial, porque alguien ha ganado no se que en no se cual deporte, y además alguna multinacional ha sacado al mercado algún estupendo/estupido producto que hará nuestra vida mucho más agradable y llevadera, haciendo brotar nuestra ansia de consumo masificado y aparte por la noche dan una buena peli en no se que canal con la que poder quedarnos dormidos en el sofá. Estupendo, apacigüemos al pueblo. Supongo que hasta las cosas más triviales pueden actuar de sedante para la mente de la gran mayoría de las personas
Dedico media hora a leer por encima el periódico, deteniéndome en alguna noticia que leo con más dedicación e interés. Entre tanto, no puedo evitar evadirme por momentos. Son instantes en los que mi cuerpo se queda allí sentado, desayunando en la terraza del bar, mientras mi mente se va de viaje buscándote en algún lugar imaginario recreado en mi cabeza. Me pasa a todas horas. Después he pensado sin querer pensarlo, que la nostalgia juega muy malas pasadas, y esta última me ha dolido.
Me gusta hablar con las personas, conocerlas y aprender de todo lo que puedan aportarme o enseñarme. Esta pequeña divagación, me asalta fugazmente a la cabeza, mientras me acabo el café y me quedo perplejo al leer que una importante marca de calzado va a sacar unos modelos de zapatilla para niño que llevan incorporado en la suela un chip de localización permanente. Por un segundo pienso en mi bici de los 10 años, las canicas, las partidas de chapas y las peleas entre campamentos construidos en cualquier descampado. Luego pienso en zapatillas con chips de localización permanente, y me pregunto si algún día tendré que explicarles a mis hijos que yo de pequeño podía jugar en la calle hasta por la noche. La noticia me desconsuela y mi estomago se encoge al pensar que serán los niños olvidados, los niños perdidos y explotados de algún país asiático los que pondrán los putos chips en la suela de las zapatillas para que los otros niños, los no olvidados, los que habitan en el país de las maravillas, no se pierdan jugando en la plaza de delante de su casa. Que les jodan. Caminaría descalzo sobre cristales antes que ponerme algo tan atroz.
A duras penas me olvido de lo que he leído y vuelvo a pensar en eso de que me gusta la gente. Hablar y hablar y tener buenas conversaciones; aunque puedo llegar a disfrutar tanto de una buena conversación como de un buen rato de tranquilidad y silencio conmigo mismo.
Hay veces que en lo más hondo de esos silencios acabas encontrando respuestas estupendas a muchas preguntas.
Por un instante levanto la cabeza y observo a un viejecito que viene caminando muy despacio por la acera. Observo sus ojos cansados y me pregunto que puede pensar una persona tan mayor, cuando ya ha pensado en todas las cosas en las que podía pensar a lo largo de una vida. Me pregunto más cosas que no ahora no quiero escribir. Siento pena, y también una especie de devoción a la dilatada experiencia que desprende su mirada.
La terraza esta medio vacía a pesar de la estupenda mañana. Parece que la gente ha optado por dormir en lugar de vivir. Sonrió al pensar esa tontería pero me hace sentir bien el pensar que yo estoy viviendo.
A media mañana estoy de nuevo en casa. Pongo Incubus, me pongo triste. Intento poner un orden desordenado al desorden general que reina en mi habitación. Hace poco pensaba en mi habitación, y me pregunto por que la sigo llamando “mi habitación”. Creo que solo debería ser “la habitación”; el espacio físico donde duermo y donde guardo las cosas que poseo. Nada más. A penas llevo dos años en casa desde que volví a mi ciudad y no he sabido sacar unos minutos para impregnarla de cosas que me representen, cosas que hablen de mi, cosas que de alguna manera revelen que yo duermo allí; que vivo y leo y respiro y hago cosas allí. Por momentos las paredes me parecen más blancas y vacías que nunca y siento que las garras de la impersonalidad se han apoderado del espacio rectangular que conforma el espacio físico de mi habitación. Por un instante me viene a la cabeza el personaje adolescente de “Héroes” de Loriga, el cual vive encerrado en su habitación, consumiéndose en sus paranoias, sus pesadillas y sus miedos, y pienso que sería imposible que a alguien le pasase algo así en una habitación como la mía. Después observo mis libros y mis discos y me quedo más tranquilo. Cierro la puerta y pienso que simplemente ese no es mi espacio, y que probablemente no estaré allí mucho más tiempo.
He terminado de hacer algunas cosas no demasiado importantes que me han distraído un rato. He tocado dos temas con la guitarra y después he acabado por fin de editar el video de un viaje que hicieron mis viejos hace ya unos meses. Creo que mi padre me pidió que se lo hiciera en mayo, y se lo voy a dar hoy, a mitad de septiembre. Lamentable por mi parte.
Recojo mis cosas y decido irme a la casa de mi pueblo a descansar, comer con mi familia y no pensar. Creía que había vaciado bien mi mochila de energía negativa, antes de llenarla de toda la motivación que me cabía, pero creo que la nostalgia se ha colado sin darme cuenta en algún bolsillo.
Lo se porque sigo estando triste.
Es sábado y me he levantado temprano para variar el rumbo del fin de semana. Lo sábados son días buenos para dormir, para descansar las horas perdidas durante la semana, pero también lo son para despertarse pronto y salir a la calle a pasear o hacer huevo como decía el boludito, o para hacer lo que sea. Me gusta esa sensación al despertar, de saberte poseedor de todas las horas del día para poder dedicarlas a lo que quieras.
Lo primero que pienso, es en poner banda sonora a las diez y media de la mañana de un sábado de septiembre. La música mueve al mundo, así que por qué no va a poder conmigo. Tras alguna duda que otra, me quedo con Moby. Pongo el Play, le doy al play y sigo con mis cosas poco a poco.
He decidido despojarme de golpe de esta apatía que arrastro desde hacer unos días, e intentar maquillar el fin de semana haciendo cosas que al menos haga mejorar algo mi estado de ánimo. Supongo que poner un pie en la calle es el primer paso, así que tras un fugaz paso por debajo del agua tibia de la ducha, tomo la acertada decisión de desayunar fuera. Delante de mi casa hay una pequeña terraza donde poder tomar café y comer algo. Quizá no sea el mejor sitio para librarme de ese manto mohíno que ejerce de sombra fiel sobre mis pasos. No hace mucho estuve allí disfrutando de un bonito desayuno…
Bueno, veamos que me pongo…pantalón corto, ¿Cuál?..bah, cualquiera. Camiseta ¿Cuál ponerme?, bueno, esta misma, ciertamente no importa demasiado; mis viejas esparteñas azules agujereadas y listo.
En el portal, antes de salir a la calle y sorprenderme con la agradable temperatura que reina en la petit ciudad, pese a estar consumiéndose los últimos días de septiembre, me cruzo con la habitual mirada de desden de la portera de mi casa; la misma mirada con la que me observa cada vez que subo o bajo. Pienso que piensa que soy una especie de bicho raro. Yo pienso lo mismo de ella, pero me cae bien y no me importa mucho.
Camino despacio, no tengo prisa por nada ni por nadie, así que camino despacio. Antes de sentarme en una de las mesas de la terraza del barcito que esta delante de mí casa, me acerco al kiosco de la esquina a comprar la prensa. Se puede percibir esa rural tranquilidad de la mañana en mi calle, y por un momento me siento afortunado de poder disfrutar de esa sensación a apenas unos metros de mi casa.
El periódico es como una sucesión de hechos catastróficos encadenados en hojas de papel reciclable. Si las cosas no van bien, no hay mejor consuelo que leer la prensa. El mundo siempre parece estar más jodido que tu verdadero mundo; siempre desangrándose poco a poco, siempre alimentado por guerras, muchas de ellas aparentemente gratuitas, otras provocadas por el odio entre culturas, religiones, creencias o en el peor de los casos por cuestiones económicas o por un pedacito de tierra. Si hay una premisa apreciable del sistema económico que reina en este planeta es que la riqueza siempre acaba degenerando en avaricia descontrolada e inversiones salvajes en sistemas armamentísticos. Y desde ese punto sin retorno nace todo lo demás, y todo lo demás siempre es malo. Las primeras treinta paginas de un periódico solo contienen la devastación que agita al mundo. Después nos olvidamos de terror inicial, porque alguien ha ganado no se que en no se cual deporte, y además alguna multinacional ha sacado al mercado algún estupendo/estupido producto que hará nuestra vida mucho más agradable y llevadera, haciendo brotar nuestra ansia de consumo masificado y aparte por la noche dan una buena peli en no se que canal con la que poder quedarnos dormidos en el sofá. Estupendo, apacigüemos al pueblo. Supongo que hasta las cosas más triviales pueden actuar de sedante para la mente de la gran mayoría de las personas
Dedico media hora a leer por encima el periódico, deteniéndome en alguna noticia que leo con más dedicación e interés. Entre tanto, no puedo evitar evadirme por momentos. Son instantes en los que mi cuerpo se queda allí sentado, desayunando en la terraza del bar, mientras mi mente se va de viaje buscándote en algún lugar imaginario recreado en mi cabeza. Me pasa a todas horas. Después he pensado sin querer pensarlo, que la nostalgia juega muy malas pasadas, y esta última me ha dolido.
Me gusta hablar con las personas, conocerlas y aprender de todo lo que puedan aportarme o enseñarme. Esta pequeña divagación, me asalta fugazmente a la cabeza, mientras me acabo el café y me quedo perplejo al leer que una importante marca de calzado va a sacar unos modelos de zapatilla para niño que llevan incorporado en la suela un chip de localización permanente. Por un segundo pienso en mi bici de los 10 años, las canicas, las partidas de chapas y las peleas entre campamentos construidos en cualquier descampado. Luego pienso en zapatillas con chips de localización permanente, y me pregunto si algún día tendré que explicarles a mis hijos que yo de pequeño podía jugar en la calle hasta por la noche. La noticia me desconsuela y mi estomago se encoge al pensar que serán los niños olvidados, los niños perdidos y explotados de algún país asiático los que pondrán los putos chips en la suela de las zapatillas para que los otros niños, los no olvidados, los que habitan en el país de las maravillas, no se pierdan jugando en la plaza de delante de su casa. Que les jodan. Caminaría descalzo sobre cristales antes que ponerme algo tan atroz.
A duras penas me olvido de lo que he leído y vuelvo a pensar en eso de que me gusta la gente. Hablar y hablar y tener buenas conversaciones; aunque puedo llegar a disfrutar tanto de una buena conversación como de un buen rato de tranquilidad y silencio conmigo mismo.
Hay veces que en lo más hondo de esos silencios acabas encontrando respuestas estupendas a muchas preguntas.
Por un instante levanto la cabeza y observo a un viejecito que viene caminando muy despacio por la acera. Observo sus ojos cansados y me pregunto que puede pensar una persona tan mayor, cuando ya ha pensado en todas las cosas en las que podía pensar a lo largo de una vida. Me pregunto más cosas que no ahora no quiero escribir. Siento pena, y también una especie de devoción a la dilatada experiencia que desprende su mirada.
La terraza esta medio vacía a pesar de la estupenda mañana. Parece que la gente ha optado por dormir en lugar de vivir. Sonrió al pensar esa tontería pero me hace sentir bien el pensar que yo estoy viviendo.
A media mañana estoy de nuevo en casa. Pongo Incubus, me pongo triste. Intento poner un orden desordenado al desorden general que reina en mi habitación. Hace poco pensaba en mi habitación, y me pregunto por que la sigo llamando “mi habitación”. Creo que solo debería ser “la habitación”; el espacio físico donde duermo y donde guardo las cosas que poseo. Nada más. A penas llevo dos años en casa desde que volví a mi ciudad y no he sabido sacar unos minutos para impregnarla de cosas que me representen, cosas que hablen de mi, cosas que de alguna manera revelen que yo duermo allí; que vivo y leo y respiro y hago cosas allí. Por momentos las paredes me parecen más blancas y vacías que nunca y siento que las garras de la impersonalidad se han apoderado del espacio rectangular que conforma el espacio físico de mi habitación. Por un instante me viene a la cabeza el personaje adolescente de “Héroes” de Loriga, el cual vive encerrado en su habitación, consumiéndose en sus paranoias, sus pesadillas y sus miedos, y pienso que sería imposible que a alguien le pasase algo así en una habitación como la mía. Después observo mis libros y mis discos y me quedo más tranquilo. Cierro la puerta y pienso que simplemente ese no es mi espacio, y que probablemente no estaré allí mucho más tiempo.
He terminado de hacer algunas cosas no demasiado importantes que me han distraído un rato. He tocado dos temas con la guitarra y después he acabado por fin de editar el video de un viaje que hicieron mis viejos hace ya unos meses. Creo que mi padre me pidió que se lo hiciera en mayo, y se lo voy a dar hoy, a mitad de septiembre. Lamentable por mi parte.
Recojo mis cosas y decido irme a la casa de mi pueblo a descansar, comer con mi familia y no pensar. Creía que había vaciado bien mi mochila de energía negativa, antes de llenarla de toda la motivación que me cabía, pero creo que la nostalgia se ha colado sin darme cuenta en algún bolsillo.
Lo se porque sigo estando triste.