Estoy de vuelta de pasar un fin de semana en San Sebastián y aunque no parezca demasiado tiempo para una ciudad tan bonita y con tantos rincones para perderse, revisando las más de doscientas fotos registradas en mi cámara digital, podría decir que estos dos días y medio han dado para mucho
El paisaje que rodea a esta parte de Guipúzcoa se va escarpando gradualmente conforme te vas acercando a Donosti, dibujando un abrupto relieve por el que vas serpenteando entre montañas hasta que esa rocosa maraña se abre frente al la costa del cantábrico, donde se sitúa este pequeño tesoro con forma de ciudad, flanqueada a su izquierda por el monte Igueldo; la isla de Santa Clara en medio de la hermosa bahía de la Concha y el monte Urgull a su derecha. El conjunto de todos estos elementos geográficos hacen de este rincón de Euskadi un lugar completamente singular.
La ciudad, si bien se extiende en una extensa área hasta unirse con los pequeños pueblos que la rodean, es en el centro de la misma, alrededor de la playa de la Concha, donde fluye realmente la vida de la urbe. Callejeos interminables bajo las faldas del imponente Urgull por la parte vieja de la ciudad, en cuyo entramado confluye “a la mañana y a la noche” todo el ambiente de Donosti. Sus míticas tabernas con las barras completamente cubiertas de “pintxitos” de todas las clases y colores, callejuelas y plazas encantadas para perderse en el tiempo y el espacio, y cuando cae la noche sobre Donosti, nace la fiesta popular en su máximo expresión hasta altas horas de la madrugada.
El paseo de la concha parece simplemente sacado de un cuento. A su derecha la zona del puerto de pescadores y al final del mismo el paseo nuevo donde en los días de temporal rompen espectacularmente las olas por encima del mismo. A la izquierda de la bahía, bajo el Igueldo nos encontramos el “Peine de los vientos” de Chillida consistente siete perforaciones en las que el mar en función de la fuerza y presión con la que entra en el subsuelo del peine, produce una presión en el aire que lo hace salir al exterior por cada uno de los siete orificios, produciendo los sonidos correspondientes a las siete notas musicales afinadas en la escala tradicional. Precioso.
Resumo todas estas palabras, con un “espero volver muy pronto” aunque creo que esperaré a que llegue el sol del verano, por que si algo caracteriza a esta bonita ciudad es el “caminar bajo la lluvia”
Un abrazo a “Deivid”, por esa buena amistad y por el placer de volver a vernos, por mucho tiempo que pase.
El paisaje que rodea a esta parte de Guipúzcoa se va escarpando gradualmente conforme te vas acercando a Donosti, dibujando un abrupto relieve por el que vas serpenteando entre montañas hasta que esa rocosa maraña se abre frente al la costa del cantábrico, donde se sitúa este pequeño tesoro con forma de ciudad, flanqueada a su izquierda por el monte Igueldo; la isla de Santa Clara en medio de la hermosa bahía de la Concha y el monte Urgull a su derecha. El conjunto de todos estos elementos geográficos hacen de este rincón de Euskadi un lugar completamente singular.
La ciudad, si bien se extiende en una extensa área hasta unirse con los pequeños pueblos que la rodean, es en el centro de la misma, alrededor de la playa de la Concha, donde fluye realmente la vida de la urbe. Callejeos interminables bajo las faldas del imponente Urgull por la parte vieja de la ciudad, en cuyo entramado confluye “a la mañana y a la noche” todo el ambiente de Donosti. Sus míticas tabernas con las barras completamente cubiertas de “pintxitos” de todas las clases y colores, callejuelas y plazas encantadas para perderse en el tiempo y el espacio, y cuando cae la noche sobre Donosti, nace la fiesta popular en su máximo expresión hasta altas horas de la madrugada.
El paseo de la concha parece simplemente sacado de un cuento. A su derecha la zona del puerto de pescadores y al final del mismo el paseo nuevo donde en los días de temporal rompen espectacularmente las olas por encima del mismo. A la izquierda de la bahía, bajo el Igueldo nos encontramos el “Peine de los vientos” de Chillida consistente siete perforaciones en las que el mar en función de la fuerza y presión con la que entra en el subsuelo del peine, produce una presión en el aire que lo hace salir al exterior por cada uno de los siete orificios, produciendo los sonidos correspondientes a las siete notas musicales afinadas en la escala tradicional. Precioso.
Resumo todas estas palabras, con un “espero volver muy pronto” aunque creo que esperaré a que llegue el sol del verano, por que si algo caracteriza a esta bonita ciudad es el “caminar bajo la lluvia”
Un abrazo a “Deivid”, por esa buena amistad y por el placer de volver a vernos, por mucho tiempo que pase.
No hay comentarios:
Publicar un comentario