Ayer rodeado de desconocidos personajes y bajo el leve ronroneo del motor de un autobús que recorría veloz las últimas horas de la tarde, volví a toparme con el obstinado fantasma que parte latidos de vida, convirtiendo el acompasado ritmo cardiaco en zumbidos descontrolados. El mismo que atenaza por momentos la boca del estomago y te hace cavilar sobre mil cosas de mil maneras distintas. Un fantasma sutil, hábil en su proceder y sobre todo silencioso como el vacío. Por un instante, al verlo merodeando tres filas delante mío, tuve la irresistible necesidad de levantarme y charlar amigablemente con el. Hay fantasmas con los que quisiera tener largas conversaciones de barra de bar y cervezas; fantasmas con los que compartir opiniones, experiencias e ideas frescas, para después habiendo llegado o no, a un especie de pacto entre caballeros, invitarle amablemente a abandonar mi cabeza regresando por el mismo lugar por donde vino.
No todos los cuerpos envuelven voluntades vulnerables, la cuestión es diferenciar las presas idóneas de las que no lo son.
Supongo que esa clase de fantasmas no atienden a reflexiones tan sencillas. Esa sinceridad espontánea no hace bajar la guardia a todo el mundo.
Tras una pausa en mí sosegada meditación fantasmagórica decidir buscar mejores respuestas en las páginas de un libro de Auster y en las armoniosas melodías del metódico repertorio escogido expresamente para la ocasión. Por suerte hay temas que según como y cuando los escuchas, pueden llevarte de viaje a lugares donde las cosas funcionan bien o mal independientemente de todas las circunstancias reales que alteran nuestra vida; el problema como dice Loriga, es cuando la canción termina: el grupo deja de tocar y tienes que pensar que vas a hacer el resto de tu vida.
Después de todo y tras varios acordes desgarradores y otros tantos aullidos de Caleb Followill, dejé escapar por la puerta trasera de mis divagaciones a ese extraño compañero de viaje y dedicándome media sonrisa de complicidad a mi mismo, llegué a la conclusión de que a estas alturas ya no temo a los fantasmas…
¿De eso se trata, no?
No todos los cuerpos envuelven voluntades vulnerables, la cuestión es diferenciar las presas idóneas de las que no lo son.
Supongo que esa clase de fantasmas no atienden a reflexiones tan sencillas. Esa sinceridad espontánea no hace bajar la guardia a todo el mundo.
Tras una pausa en mí sosegada meditación fantasmagórica decidir buscar mejores respuestas en las páginas de un libro de Auster y en las armoniosas melodías del metódico repertorio escogido expresamente para la ocasión. Por suerte hay temas que según como y cuando los escuchas, pueden llevarte de viaje a lugares donde las cosas funcionan bien o mal independientemente de todas las circunstancias reales que alteran nuestra vida; el problema como dice Loriga, es cuando la canción termina: el grupo deja de tocar y tienes que pensar que vas a hacer el resto de tu vida.
Después de todo y tras varios acordes desgarradores y otros tantos aullidos de Caleb Followill, dejé escapar por la puerta trasera de mis divagaciones a ese extraño compañero de viaje y dedicándome media sonrisa de complicidad a mi mismo, llegué a la conclusión de que a estas alturas ya no temo a los fantasmas…
¿De eso se trata, no?
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