…la quería despacio, como el rumor del agua que brota de las piedras. Ella se sentaba siempre allí, en la redonda mesa del fondo de aquella añeja taberna, junto a la chimenea, junto al fuego que añoraban sus ojos, junto a la luz de los años que no pasan de la mano. Aquel viejo barman, con aspecto de barman silbaba todo el tiempo. El se sentaba a su lado y le contaba todas esas historias sin final. Pinceladas azules sobre lienzos inacabados, viento que deja de soplar a favor de su corazón, quizá un poema o una canción olvidada. Distancias alargadas que se estiran con el tiempo hasta convertirse en la triste melodía del recuerdo. Ambos esquivaron las manos que tan cerca pasaban de su piel, ambos callaron palabras al cobijo de la misma manta que cubría su silencio. Ahora se que los dos se querían de verdad, sin ser conscientes del todo, como ese lienzo sin terminar, como las historias que no tienen final… después el cerro los ojos para siempre y comprendió que las estrellas más brillantes aun están por descubrir…
…cada amanecer al despertar recordaba el muchacho, el día que cruzo de puntillas aquel charco marrón. Lo recordaba como quien recuerda algo para recordar. Ahora ya no recuerda nada. Siempre hablaba de campos de trigo; espigas con formas y colores infinitos dentro de una gama inmutable. Todo era lo mismo sin serlo del todo. El quería variar el rumbo de la nave con un chasquido de dedos, el quería todas las cosas que brotaban bajo sus pies, el solo quería. La ultima vez que encontré el sentido a sus palabras estaba cansado, muy cansado; llevaba seis vidas nadando contracorriente en un rió sin orillas y su única esperanza desapareció sin decir nada bajo el agua estancada. ¿Quieres ser el protagonista?, recorre conmigo todos esos caminos con curvas, salta los puntos de inflexión, no los busques ahora, solo sáltalos. ¿Ves esa montaña?, súbela y veras venir todas las cosas desde muy lejos…
Recuerdo haber soñado un mundo más grande, recuerdo que era tan grande que al final nadie estaba en casi ninguna parte…
…ella estaba allí de pie, impasible, como quien no espera que algo determinado vaya a suceder a su alrededor, como quien nada espera; mirada lacónica, pelo corto y oscuro, tez blanca y ojos profundamente negros. Su pequeño cuerpo flotaba más alto que los demás en aquel insólito lugar…
El se acercó despacio, regresaba del mundo gris, del errante ayer, por eso lo hacía con el mismo cuidado con el que caminan los gatos, perfilando cada paso hasta situarse a su lado. Ella le miro fijamente, el le cogió la mano (tacto frió y sangre hirviendo) y acercándose despacio a su cuello, le susurró algo bonito al oído. Ella sonrió, le dio un beso en la mejilla y recorrió suavemente con sus dedos el rostro de su anónimo confidente, justo un instante antes de darse la vuelta y desaparecer como una bocanada de humo en la oscuridad de sus ojos negros…
...dulce niña abandonada
No hay comentarios:
Publicar un comentario